Por: Dr. Eliades Acosta Matos

En los escasos y agónicos siete meses que el presidente Juan Bosch permaneció en el poder, por primera vez en la vida republicana del país, especialmente tras los 31 interminables años de la dictadura trujillista, su gobierno se caracterizó por aplicar un concepto moderno y democrático de formulación, planificación, ejecución y control de las políticas públicas orientadas no a beneficiar a los clanes de poder, la voraz oligarquía nacional y las empresas extranjeras, sino a las grandes mayorías tradicionalmente preteridas, explotadas y sin participación previa en los asuntos públicos.

Bajo la férrea dictadura de Trujillo era impensable aplicar el concepto de políticas públicas, por la sencilla razón de que solo el dictador omnipotente tenía la facultad de decidir los destinos de la nación, las inversiones de gobierno, las prioridades a ejecutar, los permisos para invertir en el país y la redistribución de la renta nacional, sin tener que rendir cuentas ante nadie, mucho menos al pueblo.

Durante los gobiernos posteriores a la ejecución del sátrapa, fundamentalmente durante el mandato del segundo Consejo de Estado, se continuó esa tradición trujillista en la práctica, aunque en el discurso se pretendía mostrar a un ejecutivo abierto, receptivo, respetuoso de las leyes y las instituciones, estricto en su ejecutoria, dispuesto a someterse al escrutinio popular y celoso guardián de los intereses nacionales. En realidad, la corrupción, el verticalismo, la improvisación, el carácter secreto de muchas decisiones y la repulsa al control popular, con claros ribetes de prepotencia clasista, hicieron imposible siquiera distinguir el ámbito de aplicación de un concepto progresista y participativo de políticas públicas.

A todo eso se enfrentó el primer presidente electo por votación en más de tres décadas. Al ser proclamado candidato presidencial por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), en un acto celebrado el 27 de octubre de 1962, a escasos dos meses de las elecciones, Juan  Bosch expresó que las políticas de su gobierno no podrían basare en el amor abstracto al pueblo, ni siquiera en las mejores intenciones de procurar su bienestar, sino que se requería de un nuevo enfoque a la hora de determinar las prioridades gubernamentales, en medio de tantas carencias, pobreza, subdesarrollo y miseria heredada de los gobiernos anteriores, y muy señaladamente de la dictadura. Así lo expresó:

Ese amor [a la nación y al pueblo], que es una necesidad del alma humana, tiene que estar aclarado por el conocimiento, por la conciencia de cómo es el pueblo, cómo está compuesto el pueblo y qué podrá conquistar el pueblo. De la respuesta correcta a esas preguntas depende que podamos o no ser dirigentes políticos que cometan pocos errores.

Quedaba dicho como imperativo a la hora de planificar las más urgentes acciones del gobierno, en caso de resultar electo, y esto no podía hacerse desde el voluntarismo y las emociones, sino desde la ciencia de la planificación y el objeto social al que irían dirigidas esas políticas públicas.

También fue enfático al precisar las prioridades de su gobierno, si obtenía la vitoria, pasando del conocimiento al detalle de la situación, hacia el diseño y aplicación de políticas que estuviesen dirigidas a atacar y resolver, para las amplias mayorías, los enormes problemas tantas veces apartados de la atención de las administraciones precedentes. Así lo explicó:

Este [el futuro gobierno] será un árbol grande que seguirá dando frutos, los furtos materiales para el pueblo: la tierra distribuida entre los campesinos que no tienen tierra o tienen poca tierra; los centrales  azucareros del gobierno en manos de los trabajadores, los colonos y agricultores y también el gobierno en representación de la parte del pueblo que ni es trabajadora, ni es agricultora; las carreteras fabricándose, las escuelas saliendo de la tierra, las viviendas para un pueblo sin techo, y entre los frutos morales, la infamia solemne y pública para quien, directamente él o algunos de sus familiares use sus posiciones de gobierno para ganar dinero […]. Y que se prepara toda mi familia a rendir cuenta pública, si es que el PRD gana las elecciones, como lo haré yo, para que cuando el pueblo lleve a otro al poder se sepa cuánto adquirimos todos mientras nosotros gobernábamos, porque ha llegado ya la hora de que el hombre público y su familia rindan cuentas al día y al centavo, de cada peso que tienen, de cada peso que reciben y de cada peso que gastan.

Quedaba claro y notoriamente establecido que, en el nuevo gobierno posible, la transparencia, las rendiciones de cuentas  y la ética de los funcionarios públicos jugarían un papel nunca antes visto en la historia dominicana, lo cual sumado al estudio científico de los problemas socioeconómicos por resolver, y su traducción en políticas concretas de justicia social, harían del gobierno de Juan Bosch algo totalmente desconocido, inédito, incluso difícilmente imaginable en el devenir de la nación.

Electo por más del 60% de los votos emitidos en los comicios del 20 de diciembre de aquel año, Bosch comenzó a aplicar, sin pausa, sin desmayo, sin compromisos, semejantes conceptos en el accionar cotidiano del poder ejecutivo, como veremos en la próxima parte de esta serie.

Precisamente por eso, desde antes de llegar a la Presidencia, las fuerzas oscuras del pasado, estremecidas por lo nuevo, horrorizadas ante la perspectiva de perder sus ancestrales privilegios, temerosas de tener que rendir cuentas al pueblo, comenzaron la artera labor de socavar, dividir, aislar y finalmente derrocar al nuevo presidente.

(Continuará)