Por: Eulalia M. Pérez C., M. A.

 

La economía del conocimiento es el paradigma de finales del siglo XX. Definida como el uso que hacen las universidades del capital humano para generar rentabilidad, su finalidad es crear un conjunto de impulsos y dispositivos que aseguren la obtención de recursos externos (Slaughter y Leslie,1997, citada por Saura G. y K Caballero, 2020).

Las transformaciones que están operando, por medio de la sociedad digital o de la información, en todos los ámbitos sociales e instituciones académicas, impactan en las universidades y en la vinculación entre la producción del conocimiento y la cultura académica (Saura G. y K Caballero, 2020).

En ese sentido, la investigación deja de ser una iniciativa creativa para convertirse en inversión beneficiosa que forma parte del capital de las instituciones, con su distintivo masificador, creada con los sujetos académicos y subsidiando a las universidades (Varsavsky O.,1969). Asimismo, fundamentada en los principios de la economía del conocimiento, la narrativa internacional ha dirigido a las universidades a insertarse en los cambios del capitalismo global, logrando que la producción de conocimiento sea una forma de rivalidad económica entre países (Slaughter y Leslie, 2001).

Este concepto fue empleado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 1996) para los países desarrollados, y en él se certifica al conocimiento como un elemento clave del desarrollo económico. Igualmente, estos emitieron los primeros discursos supranacionales con el fin de estimular a las universidades a transformar el progreso del conocimiento como una forma de competir en el mercado global (Saura y Caballero, 2020).

En el marco europeo, la aceptación de las instituciones académicas a la economía del conocimiento se concretiza con la creación del Espacio Europeo de Educación (EEES). Esta institución desarrolló la estrategia funcional para conferir homogeneidad gradualmente a las universidades europeas, a fin de que estas pudieran competir con las economías de Estados Unidos y China (Saura y Caballero, 2020). La rivalidad institucional por escasos fondos, bajos concursos o emulación de los investigadores por subsidios para sus proyectos o con el objetivo de incrementar sus ingresos, crea un nuevo modelo en un ambiente donde las universidades y los actores académicos funcionan como si fueran mercados. (Slaughter y Leslie, 1997, citado por Saura y Caballero, 2020).  El conocimiento producido desde las instituciones académicas se ha convertido en una manera de producción para progresar en las racionalidades competitivas de las economías globales. (Olssen y Peters, 2005, citado por Saura y Caraballo, 2020).

El concepto «capitalismo académico» surge de la vinculación entre rivalidad y producción de conocimientos, particular de la racionalidad capitalista. El trabajo académico cambia y se convierte en una actividad al servicio del capitalismo, dirigida por principios de producción y de competencia económica.  El efecto ha sido una mutación de las instituciones académicas en un campo donde se abordan prácticas y dinámicas de producción de conocimiento, visto desde una perspectiva de mercantilización, lo que ha ocurrido en las últimas tres décadas (Slaughter y Leslie, 2001, citado por Saura y Caballero, 2020).

En este marco, los actores académicos de dichas instituciones son utilizados por el capitalismo académico para optimizar la producción de conocimiento.  Por tanto, la transformación que se ha dado en el ámbito académico, encaminada a aumentar la producción de resultados de investigación y la posición en los rankings entre instituciones académicas, ha promovido la competencia por recursos externos de financiación, así como la producción masiva de conocimiento (Saura y Caballero, 2020).

Esta iniciativa —el capitalismo académico— ha motivado a que surjan nuevos actores intelectuales administrados por los números.   Los gobiernos, por medio de estadísticas y cifras cuantificables, han esparcido «tecnologías políticas» que se sostienen en la producción, la autorización, la validación, la divulgación y la acumulación (Rose, 1991, citado por Saura y Caballero, 2020). Desde la política educativa global se ha promovido, a través de números, este proceso de gobierno, para clasificar, confrontar y categorizar las instituciones académicas (Grek, 2009, citado por Saura y Caballero, 2020).

Al respecto, el resultado de esta política educativa global ha generado un efecto de dependencia de los números, acreditado por las propias políticas educativas como una formar de intervenir la calidad, promover la autenticidad, justificar relaciones de poder y organizar los nuevos sujetos académicos neoliberales contemporáneos (Ball, 2012, citado por Saura y Caballero, 2020). Igualmente, las instituciones académicas se han visto compelidas a una producción masiva de conocimiento, como resultado de la gobernanza académica neoliberal fundada en la cuantificación, administrada por uno de los preceptos del capitalismo académico: «publicar o perecer» (Harzing, 2010, citado por Saura y Caballero, 2020). De ahí que la continua publicación de artículos para procurar estabilidad en las universidades haya generado las nuevas subjetividades académicas particulares del homo economicus (Read, 2009, citado por Saura y Caballero, 2020).

En este contexto se construyen subjetividades cuando el académico, inmerso en la creación de producción, ejerce autocontrol sobre las mismas y asume la responsabilidad de sus éxitos y fracasos.  Esta manera de subjetivación es particular de la gubernamentalidad neoliberal en la educación superior y convierte a los académicos en administradores de sí mismos (Saura y Caballero, 2020). De esta manera, los sujetos académicos masifican la producción orientando el contenido según los requerimientos de sus patrocinadores, lo que limita su independencia como investigadores.

Estos métodos de la economía del conocimiento, que operan por medio del capitalismo académico y la gobernanza de los números, han ocasionado variaciones epistemológicas sobre cómo y para qué se produce conocimiento en las universidades. «La performatividad», concepto planteado por el filósofo francés Jean-François Lyotard (1984) en La condición posmoderna. Informe sobre el saber, es una perspectiva teórica que ha servido para entender y comprender los principios y las transformaciones que conducen a la producción de conocimiento a través de optimizar el rendimiento en la obtención de resultados.

La performatividad como cultura busca la «optimización relacional de reciprocidad input/output, sustentado en la maximización de resultados. Por eso se fundamenta en el determinismo y en la filosofía positivista de la eficiencia. El comportamiento que provoca la cultura de la performatividad en las instituciones académicas está orientado a la producción de conocimiento como valor económico por encima de cualquier otro valor (Saura y Caballero, 2020).

Los nuevos actores intelectuales, a raíz del capitalismo académico, están siendo administrados o gobernados por los números. «Las tecnologías políticas» han sido expandidas desde el gobierno por medio de las estadísticas y la cuantificación que se sostienen en la producción, el permiso, la comprobación, la divulgación y la concentración (Rose, 1999, citada por Saura y Caballero, 2020).  La política global ha estimulado estas técnicas de gobierno a través de los números con la finalidad de catalogar, calificar y confrontar las instituciones académicas, lo que ha generado un sentimiento de adición a la cantidad de resultados.

La cultura cambia la relación del académico con su ejercicio profesional, con sus colegas y con él mismo. La performatividad que se fundamenta en la cuantificación de la producción ha sido sugerente y eficaz para afianzarse como tecnología de gobierno que transforma a los números en garantes de la autenticidad y la calidad.  Por eso los sistemas de comparación, mediante rankings, usan estos procesos de gobernanza numérica para establecer cuán validos son en un académico, universidad o país (Saura y Caraballo, 2020).

Por otro lado, el paper, artículo publicado en una revista científica, es el instrumento que usa el sistema para solucionar el problema de la cuantificación.  Igualmente, presenta la resolución del trabajo en forma concreta; la cantidad de veces que el paper es citado por otros determina su influencia; se cuantifican cuántos artículos publica cada científico por año y en qué categoría de revistas; la enumeración de los coautores otorga un inicio de jerarquización; da permiso para publicar el nombre de la institución que financió la investigación (Varsavsky, O, 1969).

Este nuevo paradigma de elaboración de conocimiento, donde el sujeto académico se autogestiona a fin de optimizar sus recursos, conlleva a una producción subsumida en el mercado, y a la financiación de las instituciones privadas con intereses particulares y no en la problemática social, perdiendo libertad de pensamiento y creatividad. El avance científico solo está asegurado por la «libertad de la investigación» (Varsavsky, O, 1969).  Por tanto, esto ha generado un gobierno académico neoliberal basado en la estadística y en la cuantificación, lo que ha llevado a las instituciones académicas a un exceso de producción que se sustenta en el capitalismo académico.

Otro fenómeno que influye en el capitalismo académico es la sociedad digital, promoviendo las universidades sin muros ni fronteras.

Referencias

Saura, G. Caballero, K. (2020). Capitalismo académico digital. Sociedad Española de Educación Comparada (UNED).    https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7712091, recuperado el 15 de abril, 2023.

Varsavsky, O. (1969). III El cientificismo. En Ciencia, Política y Cientificismo, Buenos Aires, Argentina: Centro Editor de América Latina (CEAL).